La primera vez que escuché hablar de Brunei, siendo un niño, todo lo que me dijeron es que era un país muy rico de Asia cuyo sultán (por entonces creía que los sultanes sólo existían en los cuentos) había traído a Michael Jackson para el gratuito disfrute de todos sus ciudadanos. Yo imaginé una nación diminuta repleta de rascacielos cuyos habitantes contaban el dinero por fajos y el lujo imperaba en cada esquina. Hace unos meses, estando aún en Malasia debatía con mi buen amigo Fer si pasar varios días en el sultanato de Brunei o proseguir camino a la provincia malaya de Sabbah. «Yo no voy a Brunei si no es para darle la mano al sultán«, bromeba Fer. Sabiendo que allí el fin de Ramadán es vivido con especial intensidad decidimos ir. Fitri, un joven bruneano se había ofrecido a través de la red Couchsurfing a acogernos en su casa por un solo día, arguyendo que  «más que eso será complicado«. Sin tener demasiado claro qué quería decir, nos dirigimos a Brunei.

 autostop-en-borneo[Los modestos billetes de cartón también sirven en las naciones ricas, como pudimos comprobar]

¿Será Brunei tan rico como cuentan? ¿Se podrá recorrer en autostop? ¿Nos levantará un cochazo deportivo, un magnate del petroleo o un amigo del sultán? Esperamos una media hora alzando un cartón humedecido por la lluvia hasta que un coche paró. Si bien cómodo y acogedor, no tenía ninguna de las pretensiones de nuestras fantasías. Lo conducía una pareja joven que se dirigía hacia Bandar Seri Begawan, capital del país. Él trabajaba en la aerolínea nacional y ella no cubría su pelo con ningún velo. Venían desde Malasia donde aseguraban «la cerveza está rica y es barata«. La charla seguía con música electrónica de fondo y entre líneas nos dejaron bien claro que pese a la imagen mediática que recientemente ha vuelto a hacer novedad al país al haberse introducido la ley sharia, buena parte de su población es abierta mucho menos estricta que lo que se cuenta. Nos dejaron en el mismo centro de la ciudad, donde nos despedimos.

mezquita-bruneiLa mezquita del Sultán Omar Ali Saifuddien es considerada el icono de la ciudad. Frente a ella esperamos a Fitri, nuestro anfitrión.

Fitri había nacido en Brunei, lo que le daba ayuda para alzar su casa, sanidad gratuita y una educación por el mismo precio que le incluyó dos años de universidad en Australia. Ahora le tocaba devolver a  su país la formación trabajando para una  empresa gubernamental a cambio de un generoso sueldo. Musulmán practicante, se casaría dos meses después pese a su joven edad y viajaría con su esposa a España y Turquía para celebrar el enlace. Cuando supo que nuestro interés por visitar Brunei en esas fechas se debía al banquete público que ofrece el sultán y la posibilidad de visitar algunas de las dependencias del palacio real, decidió alojarnos junto a su familia varios días más de la noche prevista. La «complicación» a la que se había referido en su correo era que al finalizar el Ramadán todo el país se paralizaría, cada casa sería abierta ofreciendo comida a amigos, familiares y vecinos extendiéndose la celebración varios días. En su invitación estaba implícito el poder vivir en primera persona dichas tradiciones junto a los suyos, un regalo del destino de alguien cuyo nombre significaba en lengua malaya «el primer día tras el mes de ayuno«. ¡Qué mejor anfitrión para vivir tal día que alguien llamado así!

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Paseando por el centro de la ciudad, observábamos como los supermercados ofrecían comida especial para Ramadán, y los restaurantes recordaban la prohibición de consumir en el establecimiento hasta el Sungkai, la puesta del Sol. No había ningún centro histórico ni tampoco rascacielos presuntuosos. Cada nuevo sultán mandaba alzar un nuevo palacio, sin embargo el padre del actual dirigente no vivía más que en una enorme casa de madera. Parece que última generación de gobernantes disfruta de aún más capital proveniente del petroleo que sus progenitores y un céntrico museo dedicado al linaje real repasa su historia.

kampong_ayers_ciudad_flotante[Kampong Ayers, con marea baja. No, no todo es lujo en Brunei.]

El barrio más atractivo, Kampong Ayer, encerraba cierta ironía. Históricamente los habitantes de Brunei habían vivido en palafitos, una suerte de casas flotantes edificadas sobre una estructura de madera. En ellos se había forjado el núcleo comercial que hizo sobresalir a esta nación entre sus vecinas, siendo la familia real la única que permanecía en tierra firme. Hoy día el ciudadano habitual prefiere no seguir viviendo sobre el agua.

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[Haciendo amigos bajo la supervisión desde la pared del omnipresente sultán.]

El primer día de la gran fiesta desayunamos el equivalente a un almuerzo en la misma casa de Fitri, junto a  algunos familiares y amigos. Entre risas nuestro anfitrión nos había ataviado con el traje tradicional bruneano y advertido, sabiendo que ignorábamos lo que estaba por venir, de que no nos llenásemos más de la cuenta. Poco después la familia íntima (los padres y hermanos de Fitri) se reunieron en el salón donde por orden descendiente se pasaba frente al resto arrodillándose en señal de respeto y se entregaba algún billete en un sobre decorado.

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Cuando empezamos a hacer ruta por otras casas, aprendimos que es ley no escrita el tener que pasar por aquellas de los familiares y amigos más cercanos, entendiéndose lo contrario como una falta de respeto. En la primera que fuimos, el abuelo de Fitri se quedó estupefacto al vernos bajar del coche. Estrechamos su mano deseándole un «Selamat Hari Raya» (en lengua local, «Feliz fin de Ramadán«) y el resto de la familia comenzó a agasajarnos a comida tan atónitos como contentos por tener dos extranjeros en casa. Varias veces nos tomaban fotografías con sus teléfonos para luego enviarlas con mensajes felicitando las fechas.

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En la segunda casa la ceremonia era de postín. Ante los idénticos comentarios por lo bajini y sorpresa por parte del resto de invitados, nos presentamos y fuimos invitados a un salón donde los hombres de la casa repetían guturalmente los noventa y nueve nombres de Alá. Por sus aburridos rostros dedujimos que a todos les parecía aquello un protocolo más que un agradecimiento o reunión íntima con alguna deidad. Con el banquete se nos ganaron por el estómago en un santiamén. Habían rellenado uno de los comedores de la casa con bandejas de buffet cocinadas por un restaurante hindú. Pese a los copiosos desayunos, post-desayunos, pre-almuerzos y banquete final, no pudimos evitar repetir un par de veces y rematar con postres. Casi todas las casas tenían alguna imagen del sultán y de su padre enmarcadas en alguna pared, generalmente rodeadas de piezas decorativas del credo islámico.

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Al acabar la sobremesa, si es que en este contexto de continua ingestión tal término tiene sentido alguno, nos dirigimos a casa de Zareena, donde aparte de los tantos amigos de la familia había invitado a toda la comunidad local de Couchsurfing.  Hija de inmigrantes del sur de India, su familia era una de las tantas más que atraídos por la tranquilidad de la vida, condiciones económicas o motivos varios, sumaban habitantes a los apenas cuatrocientos mil bruneianos censados. Ella ni siquiera hablaba el idioma materno, habiendo aprendido sólo el inglés. Entre la gente joven -y no tan joven-, lo que se nos quedó claro es que Brunei dista mucho de ser un país de personas conservadoras y que pese a que el sempiterno sultán está presente en cada esquina no existe una devoción enfermiza por su figura ni se está de acuerdo siempre con sus ideas. Como curiosidad para reflexionar queda, por cierto, que la ley afirma que este mandatario nunca se equivoca.

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Nunca digas nunca. Si nos llegan a decir tiempo atrás que íbamos a madrugar para ver a un sultán, nos hubiéramos reído. Y haciendo precisamente eso, reírnos por la propia situación, nos dirigimos temprano al palacio real de Brunei de nuevo ataviados con la tradicional indumentaria local.Era curioso ver la pluralidad de rostros y etnias que se aglutinan en el diminuto país. Caras de expectación por ver al sultán en unos, simples ganas de disfrutar el buffet en otros y curiosidad en otros tantos, lo que se formó como era de esperar fue una enorme cola hasta que conseguimos sentarnos a comer.

  ejercito-brunei-salones[El ejército de Brunei esperando para saludar a su sultán.]

banquete-palacio-brunei[Una barra libre de comida y postres atrae a medio país al palacio real.]

espera-palacio-sultan-brunei[No sólo bruneianos asisten a la cita. Buena parte de la comunidad expatriada, que suman más que los locales, se reúnen para el evento.]

telefonos-en-borneo-asia [En Brunei también la vida se vive cada vez más a través de una pantalla.]

Tras comer nos pusimos nosotros también en cola. Aún faltaban varios salas por las que pasar, cada una con sus correspondientes controles. En ellos nos dijeron que sin el sombrero no vestíamos correctamente el traje, y que el protocolo nos obligaba a llevarlo si queríamos pasar. Un indonesio nos regaló amablemente el suyo, que aunque varias tallas más pequeñas (o mucho más grandes nuestras cabezas) nos servía para persuadir a los vigilantes de que nos dejasen continuar. Nos costó un buen rato, entre la propia cola y controles, avanzar hasta la sala final. Al propio Fitri le impidieron pasar en el último momento, y recuerdo cómo al abrirse la puerta el mismo sultán centró su mirada en nosotros mientras con hastío y parsimónico gesto (como el de cualquiera con decenas de miles de manos aún por delante) seguía estrechando manos.

Una vez frente a él media sala estalló en risas, los fotógrafos de prensa nos apuntaron con sus objetivos y a un ministro le pudo la curiosidad y nos preguntó de dónde veníamos. Quizá alguno todavía nos recuerde como los dos españoles que en zapatillas de deporte y sin sombrero pasaron durante los festejos de fin de Ramadán por allí. A nosotros se nos quedará como recuerdo lo absurdo de la escena y las risas que nos regaló.

Minutos después corríamos al coche de Fitri, que nos dejaría en un puerto pequeño donde una embarcación nos llevaría al Norte del país. Lo abandonamos rememorando las varias situaciones surrealistas que habíamos vivido y con el requisito de Fer cumplido: habíamos estrechado la mano del sultán. Aún nos quedaba una carrera en autostop hasta Kota Kinabalu, en el estado malayo de Sabbah, desde donde la mañana siguiente tomaría un avión a Filipinas.