No todos los días se empieza un viaje sin billete de vuelta, así que la noche anterior no pude pegar ojo de la emoción. Antes del amanecer me despedía de mis padres en el aeropuerto de Sevilla y poco después, en ese momento casi mágico en que la sustentación de la aeronave iguala al peso, perdí el contacto físico con mi país natal por a saber cuánto tiempo. Ensimismado observando los Alpes aterricé en Bérgamo, al norte de Italia. Corrí apresurado desde el aeropuerto al centro de dicha ciudad, y no teniendo demasiado tiempo, en vez de recorrer la parte alta de la ciudad, opté por saldar una “cuenta pendiente». En mi anterior visita al país, mientras descansaba una noche en un banco, hice amistad con un turco que me invitó a cenar gratuitamente en el restaurante que abría aquellos días. Seis años después, recordó mi cara tal y como crucé la puerta, y ahora que los dos hablábamos mejor italiano, nos reíamos, agradecíamos que aquel “ojalá nos volvamos a ver” se hubiera hecho realidad, y no dejábamos de sorprendernos al saber que su familia residía cerca de la casa en la que pasé una temporada viviendo en Turquía

bergamo citta altaLa ciudad alta de Bérgamo.

Volví al aeropuerto, donde con retraso despegué hacia Dubai vía Estambul. Aterricé en la metrópolis emiratí ya entrada la madrugada. Elegí el más internacional de los hoteles de la ciudad, la propia terminal de llegadas del aeropuerto, donde me quedé dormido con la mochila por almohada escuchando como nana una buena retahíla de idiomas que en nada se asemejaban al árabe local. Junto a mí una familia afgana y otra somalí esperaban adormilados sus vuelos. En pocas ciudades de este planeta se entremezclan nacionalidades tan dispares como en Dubai.

rascacielos dubai edificios mas alto mundoCiudad futurística de un video-juego, digooo, Dubai.

A la mañana siguiente pasé por fin inmigración, y una vez fuera de la terminal, corroboré que el calor aprieta desde primera hora de la mañana, y que Dubai está ideada para cualquier cosa menos transeúntes. Creo que la mejor manera de conocer una ciudad es a pie, y siempre me desplazo así por, pero en ésta, tras un par de horas de imposibles avenidas con cinco carriles en cada dirección sin puentes que las atraviesen, carencia de aceras y distancias kilométricas (decenas de kilómetros, para ser exactos), opté por comprar un pase diario para las líneas de transporte público de la ciudad.

Llegué así rápido a la única zona antigua de la ciudad, donde tiempo atrás, antes de que los petrodólares levantaran en mitad del desierto tan futurista urbe, compraban los pescadores que habitaban la zona. Me interesaban más saber las condiciones en que los emigrantes, más del noventa por ciento del país, vivían en él. Y no me costó mucho conseguirlo. Bastaba preguntarle a cualquiera su lugar de procedencia, chapurrear cuando las recordaba alguna palabra en su idioma, o algún detalle del su país, y la conversación fluía sola. Al preguntar si les gustaba su vida allí, la respuesta era tan unánime como similar el gesto de sus caras: “Estamos aquí por el dinero”. Y es que los trescientos euros de media que reciben a final de mes superan con creces al salario de sus países de origen. El plan más generalizado consiste en trabajar unos años, y poder volver entonces “a casa” con un colchón económico que les permita vivir más holgadamente en sus países de origen. Agencias por todo el sur de Asia reclutan a trabajadores para puestos de servicios, construcción, seguridad y mantenimiento. Además de gestionarles los visados de trabajo y hacinarlos en viviendas comunes donde uno olvida que se está en un país árabe. Hice amistad con un grupo de bangladíes que me invitaron a comer con ellos. Con excepción de la humedad, las casas que visité con mis nuevos amigos bien podrían estar en Dhaka o Chittagong.

Burj khalifa edificio mas alto del mundo dubaiEl edificio más alto del mundo, visto desde la distancia.

Cuando ellos fueron a descansar, decidí conocer la parte de Dubai que la ha hecho famosa internacionalmente.  Tomé el metro, que realmente viaja sobre la superficie, y un rato después aparecí bajo el Burj Khalifa, el edificio más alto del mundo. Y lo cierto es que semejante tótem de capitalismo impone, claro. Con casi ochocientos treinta metros, proyecta la sombra más grande que una construcción humana pueda dar, y hace parecer meros champiñones a los vecinos rascacielos. Aún sorprende más el centro comercial que se eleva en su base. Desde uno de los pasillos, una enorme pantalla acrílica, a quien la empresa Guinnes también reconoce el mayor tamaño del mundo, muestra parte de un enorme acuario con especies animales de todos los continentes. Restaurantes temáticos de precios nada modestos,  joyerías donde aceptan todo tipo de divisas internacionales o lujosos concesionarios escriben un largo etcétera para esta ciudad donde nada vale si no es superlativo.  No tengo interés alguno en los centros comerciales, ni siquiera del calibre de los que se encuentran en Dubai, pero sí me despertó la curiosidad uno llamado  Ibn Battuta, viajero marroquí cuya pista sigo allí donde viajo. Uno de los objetivos de este viaje es rendir un humilde homenaje a toda esa pléyade de viajeros del pasado que tanto me inspiran, y por ello me dirigí sin dudarlo hasta él, haciendo escala en algunos puntos emblemáticos de la ciudad, como el hotel Burj-Al Arab.

Burj-Al Arab

La sorpresa fue mayúscula. El centro comercial albergaba una exposición permanente sobre los viajes de Battuta, y cada área del enorme edificio estaba decorada con una cultura del mundo, como la egipcia o persa. Incluso dedicaban un área grande a Al-Andalus, con una reproducción del patio de los leones de la Alhambra granadina.  De allí, volví rápidamente al único espectáculo gratuito de la ciudad, una coreografía aderezada con luces y música donde los danzantes son las propias fuentes bajo el mismo Burj al-Khalifa, que para presenciar tuve que hacerme hueco entre la internacional multitud. Si viniera de otro planeta, y quisiera observar una representación de la pluralidad de la raza humana, creo que iría a Londres, Nueva York o Dubai. A menos de quince metros de mí siempre parecía haber personas de los cinco continentes. Hice noche de nuevo en el aeropuerto, esta vez sobre un banco, y al despertar sin sueño de madrugada, me paseé hasta una mezquita cercana, donde dormí de nuevo.

Ibn Battuta mall dubaiCentro comercial de proporciones desmesuradas con decoración inspirada en el viajero Ibn Battuta.

A la mañana siguiente desperté y caminé varios kilómetros hasta una estación de autobuses, donde abordé el próximo en dirección Norte.  La idea era abandonar  la ciudad y continuar en autostop hasta Ras Musandam, un fragmento de Omán separado del resto del país que, estratégicamente situado frente al estrecho de Hormuz, ha sido de capital importancia histórica y sigue preservando en su montañoso interior la misma identidad cultural de la que presumía el país décadas atrás. En el camino, los escasos asentamientos que brotaban del desierto parecían cortados por el mismo patrón. Todos eran casas para emigrantes, con negocios de luminosos títulos escritos en árabe e inglés, y casi siempre también en hindi, urdu o bengalí. Las construcciones antiguas brillaban por su ausencia, con la excepción del Ras al-khaimah, capital del emirato homónimo, donde encontré un zoco de cierto encanto. Era obvio pues el país se había levantado recientemente, y casi todos sus habitantes vivían en poblaciones seminomádicas en el interior. Varios emiratíes que conocí, rondando los cuarenta años, me contaban como su infancia transcurrió en una jaima entre cabras y camellos. Ahora  conducían un flamante deportivo con cuyo precio podrían comprar una casa grande en España, y todos parecían olvidar que las reservas petrolíferas no son eternas. Creo que los Emiratos Árabes Unidos simbolizan a la perfección aquello de que “nada dura para siempre».

Caminé los últimos siete kilómetros hasta el control fronterizo, y mientras completaba las formalidades aduaneras conocí a una pareja de expatriados noruegos que se ofrecieron a llevarme en su coche. Vivían en Abu Dhabi, y cruzaban la frontera para que ella, que aún carecía de permiso de residencia emiratí, obtuviera su “visa on the run”, esto es, salir del país por la frontera más cercana, y volverla a cruzar para obtener de nuevo un visado válido. Una de las tantas idioteces de un sistema burocrático de inmigración que como tantos otros, dejan mucho de desear.  Cuando camino del aparcamiento me dijeron que “quizá no hubiera espacio en el coche”, pensé que conducían un pequeño utilitario, y así fue mi sorpresa al encontrar un Jaguar biplaza tapizado en cuero. En él, recorrimos la pintoresca carretera que lleva a Khasab, donde claramente se entiende lo que tantas veces había leído: en Musandam las montañas van a morir al mar. Nos detuvimos en el camino a mi petición para entrar en uno de los dos grandes fuertes que los portugueses construyeron en este particular enclave durante su época colonial, y poco después, con un bonito atardecer tiñendo el horizonte, mis nuevos amigos volvieron a Abu Dhabi.

Ras Musandam OmanCarretera que conduce a Khasab, en el enclave omaní de Ras Musandam.

Una vez en Khasab, donde el alojamiento más barato no baja de los cuarenta euros regateando, encontré unas barcas en la playa en las que podría colarme de noche para dormir. Sin embargo, paseando hice amistad con unos keralíes que rápidamente me ofrecieron alojarme en su casa. Pasamos la noche visitando puntos interesantes de la ciudad, como la mezquita y mercados, o casas de amigos. Los testimonios que escuché de la enorme comunidad keralí en Musandam eran curiosos, cuanto menos. Los más mayores me contaban cómo abandonaron India como polizones de barco, llegando a la península arábiga y asentándose en Ras Musandam cuando éste apenas era un refugio de pescadores. Ahora, sus familias vivían con ellos, y muchos hablaban el árabe.  A la mañana siguiente, me condujeron por las montañas para que viera los lugares más representativos de aquel territorio. Mientras, cantábamos canciones de Kerala, riéndonos de mi nula pronunciación de esta lengua. En un dhow, embarcación típica árabe, llegué a un pueblo de pescadores  sólo accesible por mar, viendo varios delfines en el trayecto. Por la tarde, mis amigos fueron a trabajar, y yo hice de nuevo dedo hasta Emiratos. No tardó en recogerme un omaní de treinta y pocos años que iba a visitar a un amigo en Ras al-khaimah.

fuerte khasab musandam omanFuerte de Khasab, construido durante el colonialismo portugués.

Este joven me contaba cómo había viajando por muchos países, pero había odiado Tailandia, donde “uno puede encontrar hasta dos discotecas pared con pared, y eso no es bueno para las personas. No es decente”. Poco sabía yo que el edificio cercano a la gasolinera donde me apeé para seguir a Dubai, era el hogar del propio Emir. En un coche minúsculo y humilde, vistiendo un polo y vaqueros manchados, me recogió un egipcio políglota de envidiable cultura, con quien las dos horas de trayecto se me pasaron volando. Nunca hubiera imaginado que este cairota copto fuera millonario, como deduje poco a poco de su conversación (me contaba cómo arreglar una de sus siete casas de Cairo le costaría más de doscientos mil euros, aunque le daba pereza no por el desembolso, sino por tener que mudarse después). Su hermano había sido compañero de clase de la Reina de España, a quien telefoneaban para felicitar las navidades. Con nombres y apellidos me ponía al día de la situación política en Egipto y con pasmosa simpleza daba cuenta de los  motivos que sostienen la guerra de Siria y cómo beneficia en términos territoriales a Al-Qaeda. Cuando tocó el turno a la idiosincrasia emiratí, no sólo me recalcó varias veces cómo es diferente a la de sus vecinos, sino que me enseñó cómo el gobierno se las apaña para crear un círculo monetario que no sólo impide la salida de capital del país, sino que  además lo hace crecer, usando para ello a los tantos extranjeros que viven en el país. Una vez en Dubai, paseé por algunas zonas que me faltaron los días anteriores, y antes del atardecer, hice dedo hasta Al-Ain. Pero todo eso será otra historia.

mezquita oman musandamPalmeral en Ras-Musandam.

Y así, sin quererlo, fue tímidamente empezando el viaje en que me encuentro inmerso. He omitido muchas historias, descripciones, conversaciones, encuentros y mis propias reflexiones porque de hacerlo, necesitaría varios folios más. Pero llegará el momento de plasmarlas por aquí, espero que más pronto que tarde.