Amritsar. Media tarde. Hace un calor de solemnidad. Cerca de los alojamientos gratuitos para peregrinos siks que acuden al famoso Templo Dorado, hay una enorme fila de coches esperando a poner rumbo a Attari, el último pueblo antes de la frontera pakistaní. Tras el regateo reglamentario del precio con el conductor, me hago sitio entre las doce personas que ocupan las plazas de los supuestos cuatro pasajeros, y recorremos los treinta kilómetros que nos separan de la frontera de Wagah, donde tiene lugar el espectáculo del cierre de la frontera.

Aunque ya quisiera haber ido para entrar, esta vez me dispongo a ver un espectáculo que desde la independencia de ambos países tiene lugar cada tarde. Poco antes de que cierren las enormes rejas metálicas que separan físicamente ambas naciones, miles de personas se aglomeran para ver los bailes y coreografías que los guardas fronterizos, con atuendo a juego para la ocasión, llevan a cabo. Aunque como todo en India, lo más interesante suele ser la reacción de la gente que el espectáculo en si.

Desde antes de que comience la ceremonia los indios (los extranjeros somos muy pocos) exaltados a más no poder bailan y corean canciones que todos conocen. Son himnos nacionales, realzando la grandeza de India, y es que hay que recordar que no se llevan muy bien con sus vecinos de Pakistán. Poco a poco van bajando de las gradas y uniéndose en pequeños grupos, improvisando en un ordenado caos coreografías entre ellos. Los que quedan sentados animan entre gritos, canciones y palmas desde sus asientos. Cuando llevas unos minutos allí compruebas por enésima vez que no hay nadie como los indios para montar rápidamente una buena fiesta. Y aquello es India en estado puro…

De repente, todos callan. Algo va a empezar. Un oficial sale del cuartelillo donde se sellan los visados, y megáfono en mano comienza a recitar un par de párrafos que va creando una tensión física, cual niños de seis años con sus primeros reyes magos, entre todos los asistentes. Al acabar todos explotan unísonamente en un “Hindustannnn” que repiten varias veces, mientras se levantan y gritan más y más alto. Como si se declarase una guerra, oiga! Tras varios minutos de Hindustannnn (el nombre que recibe India en idioma hindi), otro agente fronterizo pone a prueba su garganta (mira más abajo el vídeo que grabé) hasta que varios de los soldados que se encontraban junto al oficial comienzan a correr, levantando la pierna hasta formar un ángulo recto respecto a la otra, hasta la puerta del ahora independizado país. La gente se levanta, y es entonces cuando observo que del lado pakistaní hay un ritual primo-hermano al hindú, aunque pese a llevarse a cabo con la misma solemnidad e ímpetu en los movimientos, los asistentes son considerablemente menos.

Así, entre gritos, bailes, gente histérica y disfrutando como si fuera el último día, y piernas estiradas a mas no poder, se pasan como si nada casi un par de horas. El momento culminante es el que funde a un soldado de cada país, tras un baile que me recordó por los saltos a la polka, en un abrazo simbolizando la unión fraternal entre ambas naciones pese a su independencia.

Durante la ceremonia, mucha gente, público femenino particularmente, van bajando a bailar, animados por el ambiente, muy al estilo de las películas de Bollywood. Y es entonces cuando le pregunté sobre estas películas al militar destinado en Cachemira y de vacaciones esos días que tuvo a bien traducirme toda la ceremonia (y menos mal!, si no hubiera estado un tanto perdido), y es la reflexión que su respuesta me produjo (y lo que yo mismo pienso también) lo que me ha motivado a escribir este post, a ver si entre todos ponemos ideas en común.

Cualquiera que haya visitado un cine en la India, sabe que da igual ir al comienzo que al final. La gracia de las películas de Bollywood no está en la trama de las cintas, si no en el ambiente que acaban generando entre sus espectadores. Las sillas de plástico que hacen de gradas se apilan contra la pared, mientras el público improvisa un enorme guateque a ritmo de las escenas del proyector. Los temas suelen ser siempre iguales, tramas pseudo-románticas en las que el amor se impone al resto de circunstancias, mientras que miles de extras bailan moviendo los mil colores de sus ropajes. ¿Tiene esto algo que ver con el día a día y realidad de la India? De hecho, ¿no es todo lo contrario a lo que ocurre en sus calles? La que es la mayor factoría cinematográfica del mundo crea películas cuyos personajes acaban siendo estereotipos que la mayoría de los hindúes idolatran aun a conciencia de que ni ellos mismo quieren (y lo peor, tampoco pueden) ser jamás. Así, no puedes si no enamorarte (o más bien, casarte) con personas de tu casta. Lo de elegir pareja es algo no tan extendido, siendo los progenitores quienes a cambio de la famosa dote (los bienes que los padres de “el” pagan a los de “ella” como gratitud por aceptar el enlace) eligen la pareja de sus descendientes. Lo de elegir trabajo, y llevar una vida plena y satisfactoria materialmente hablando debería sonar a chiste a un país en que mas de novecientos millones de personas luchan diariamente por la supervivencia, en el sentido más humano y primitivo del término.

De alguna manera, esto es también lo que ocurre con las industrias cinematográficas que nutren el mercado europeo. (In)conscientemente, en el cine más comercial es el tipo alto, guapo y bien vestido que conduciendo el mejor coche, a juego con su reloj, liga con la chica más guapa de la fiesta, mientras no tiene ningún problema laboral, ni hipotecas, ni semejantes. Al jefe se le puede tutear con frases chulescas sin consecuencia alguna y todo así. A los profesores igual, y que decir tiene que puedes llevar una vida paralela a tus estudio/trabajo sin que ésta se vea afectada en el más mínimo ápice. ¿Quien tiene una vida así en el primer mundo? ¿No es acaso la vida que nos venden, y a la que tan inconsciente como utópicamente aspira buena parte de la población?

Al final, creo, se acaban tomando esos patrones de vida, totalmente imaginarios e inalcanzables, para escapar de alguna manera a los problemas que cada sociedad arrastra. Una «salida por la tangente» para olvidar y obviar por un rato los problemas propios y de donde vivimos. Drogas y placebos en formato audiovisual de un par de horas. De hecho, profundizando más en las otras grandes industrias del cine ( la egipcia, Hollywood, y la nigeriana) acabo afirmando con todavía más fuerza, esta idea que ya me surgió aquella tarde en Attari, y que breve y escuetamente comento aquí…

Pero, mójate, ¿qué piensas tú?