Serían las cinco de la mañana cuando el camionero con quien abandoné Luang Prabang me depositó en un cruce de caminos. Mientras amanecía, caminé los doce kilómetros que me separaban de Luang Namtha, mi siguiente destino. Luang significa zona o lugar, nam es río en laosiano, y Tha es el caudal que pasa cerca de este pueblo. Llegué cuando comenzaba a tomar vida, esto es, la gente llegaba al mercado y los campesinos salían al campo. Al ser la población importante, los pocos falangs, como allí se llama a los extranjeros, la usan como base para descansar por la noche o para intercambiar transporte entre ciudades. Tal y como llegué, varias agencias me asaltaron para venderme sus “ofertadísimos y baratísimos” packs de trekking y aventura.


Amanece mientras camino a Luang Namtha.

En una calle paralela a la principal, encontré por casualidad a un hombre con kayaks en su casa particular. Le pregunté si los usaba, y pacté con él una ruta. Su condición: que encontrase otras cuatro o cinco personas, para sufragar ciertos gastos. Siendo aún temprano, me fue sencillo ir entrando en los tres o cuatro hostales, donde comentaba a quienes desayunaban la oferta. Junto a una francesa, dos belgas y otro par de israelíes que no se lo pensaron, atábamos poco después los kayaks a un vehículo un tanto antiguo y nos dirigimos a la orilla del río Tha.

En kayak a la jungla… De momento no parece ser difícil esto…

Era el único que jamás había montado en una de estas canoas modernas. Al comienzo, la corriente estaba tranquila y se requería remar para avanzar. No es que fuera el Tha un río de rápidos, pero luego la cosa tomaba más vidilla. Varias veces vi peces nadar bajo mi remo, y hasta alguna serpiente zigzaguear en el agua. El plato fuerte lo pusieron los dos o tres kilómetros en los que el río redujo su envergadura, aumentando consecuentemente la velocidad del agua. El reducido caudal era el único corte de una jungla en que por primera vez vi aquello que siempre había leído de “gracias al denso follaje, en el suelo de esta selva siempre es de noche”. El murmulleo de agua y aves era roto por el sonido de algún animal, y tuve suerte de ver varios monos saltar entre árboles.

En canoa a la jungla… Poblado en el que paré a pedir agua.

Si bien estaba disfrutando como un enano, el motivo por el que hubiera pactado recorrer esta parte del río, no tardaría en llegar. Hace ya varios años, cayó en mis manos (o más bien hice que cayera) un libro de introducción a la antropología, donde aprendí de las particularidades de varios grupos étnicos asiáticos. La primera página que abrí, totalmente al azar, era sobre los Lanten, o las gentes del río, como son conocidos entre los laosianos de la zona. No me tenía en pie de la alegría al dejar mi kayak junto al primero de los poblados que aun perduran de esta etnia.

Plaza central del poblado Lanten. Hay cerdos por toda la aldea, que se intercambian al trueque.

Distinguir a estas gentes de sus vecinos es sencillo. Su más obvia característica es su ropa color índigo, que atan sin botones. Suelen emplazar sus poblados cerca de los rios, quedando frecuentemente inaccesibles por tierra. Se estima que en Laos quedan algo más de tres mil Lanten, algo menos de las que siguen habitando en la provincia china de Yunnan, de la que son originarios. En su lengua, se refieren a si mismos como “Mun”, que significa Humanidad. A través de mi amigo laosiano, que compartía algunas palabras con los Lanten, el patriarca de la mayor familia accedió a enseñarme antiguos documentos transmitidos en herencia, escritos en caracteres chinos antiguos. De religión animista, los Lanten creen en los espíritus de la Naturaleza. Así, ríos, truenos, animales o árboles no son más que manifestaciones de ellos. El patriarca me mostró un pequeño altar, dentro de su cabaña, donde el pueblo se reúne periódicamente para hablar con estos espíritus.

Última moda Lanten. Casa de una familia Lanten.
Casas de dos plantas para evitar agua y animales. Rasgos chinos evidencian el origen Lanten.

Esta etnia usa el río como medio de comercio con otros pueblos, sean Lanten o no. Se desplazan hasta ellos usando canoas que fabrican a partir de grandes troncos de árboles. Son los cerdos que crían de forma colectiva entre todo el poblado los que intercambian al trueque por otros bienes. Los beneficios son repartidos entre todos los habitantes. Los aledaños a las cabañas son plantaciones de arroz, maíz y algodón. Con este último, crean sus particulares vestimentas teñidas de azul índigo, color que fijan gracias a las sustancias que extraen de ciertas raíces.

En una balsa transportan bienes a otro poblado. Pesca peces con un arpón casero.

Tras un buen rato conversando con ellos, jugando con los niños y hasta probando algún mejunje de la olla, seguimos remando. En un montículo en mitad del río, mi amigo laosiano me enseñó como montar en un periquete un auténtico banquete. Con un par de ramas secas asamos al fuego unos peces rellenos de especias y hierbas varias, mientras sobre unas hojas enormes servimos algunos acompañamientos. De haberlo hecho en la orilla, hubiésemos tenido la visita de algún mono u otro mamífero.

¡Ñam-Ñam! Última tecnología en cocina.

Tras una sobremesa llena de bromas, seguimos remando. La densa jungla fue degradándose a un bosque, y éste a plantaciones varias. Si bien pasaron ya los tiempos en los que esta zona del mundo producía masivamente opio, pude comprobar que la dormidera se sigue cultivando. De hecho, muchos de los más de cincuenta grupos étnicos que se estiman viven en las provincias septentrionales de Laos consumen abiertamente esta planta. Al atardecer, recogimos los kayaks, y esperamos en un camino a que nos recogiesen.

Mujeres fumando opio. Una madre trae agua a su casa del pozo común.