La historia la escriben los vencedores. (George Orwell)

En el colegio, con la puntual excepción de alguna civilización, no me enseñaron más historia que la concerniente a mi continente. Nadie me habló nunca de la relevancia en Asia (y por ende, en el mundo) del imperio jemer. Esa narcisista educación hizo que debiera aprender por mi cuenta que en la misma época en que en Londres apenas vivían veinte mil almas, la fascinante Angkor Watt que aquellos días recorría ya acogía a más de un millón. O las complicadas técnicas de irrigación, ventilación, construcción y diseño que este pueblo desarrolló para levantar sus enormes complejos arquitectónicos.  Sin embargo, pese a mi amor por los lugares arqueológicos, sentía que debía profundizar en la historia reciente de Camboya y las tristes consecuencias que hoy día quedan de ella.

 paisaje-camboya-sudeste-asiatico-battambangLas carreteras en Camboya serpentean entre paisajes como el de la fotografía.

Abandoné Siem Reap en autostop, dirección sur, y al alba un camión me dejó en Battambang, que con apenas ciento cincuenta mil personas, se alza como segunda ciudad del país. Paseaba por su centro, cuando detuvieron una scooter junto a mi. La conducía un hombre de cuarenta y pocos años y aspecto bonachón. Hay personas que parecen llevar su nobleza y transparencia escritas en la cara. Él era uno de ellos. Se presentó como Sammang, y me pidió unos pocos dólares por llevarme a ciertos lugares de interés a varios kilómetros de la ciudad. Suelo viajar con presupuesto de risa, así que mi idea inicial era desplazarme hasta ellos a dedo, pero en apenas minuto y medio ese hombre me había caído en gracia. Negocié el precio sin más premisa que fuera justo para ambos, y monté de paquete en la moto. Tan pronto recorrimos un par de avenidas, hablando como si fuéramos amigos de toda la vida, supe que había hecho bien.

Nos dirigimos a Wat Banan, un templo anterior a Angkor. Alzado sobre una colina, sus ruinas hablan todavía de la grandeza del que otrora fuera el gran imperio khmer. Algunos de sus arquitectos, según algún libro que tengo por casa, fueron los mismos que idearon el colosal Angkor Wat. Me resultó tan chocante que una familia lo cuidara, como si de un huerto se tratase, como me resultó que Angkor Wat estuviera durante años ‘olvidado’ en mitad de la jungla. Lugares de majestuosa arquitectura que durante un tiempo jugaron trivial rol en una región del globo acababan siendo “árboles de piedra” entre las junglas que lo rodean. Claramente, nada dura para siempre…

wat-banam-camboya-battambangUno de los templos principales del complejo de Wat Banan.

La familia cuidadora del complejo sólo hablaba jemer, así que mi nuevo amigo camboyano, que no paraba de hacer bromas, hacía de traductor. No conocían en tanta profundidad como hubiera deseado el pasado del templo, así que tras propiciar entre risas el clima de confianza que necesitaba, aproveché para indagar en el mayor tabú del país: la macabra dictadura de Pol Pot y sus consecuencias, que hasta entonces apenas había comenzado a ver. Como si fuera un cuento, (traducido, eso sí), empezaron a relatarme: Pol Pot y su guerrilla invade en 1975 Phnom Penh, derrocando a Lol Non, su antiguo dirigente, y ganándose así la simpatía de casi toda la población. Pero el país estaba engañado. Empezaba lo que denominaron “Año cero”, un proyecto que pretendía renovar Camboya. El país pasó a llamarse Kampuchea, pero ese fue el menor de los cambios. Se abolió la moneda, destruyó cualquier infraestructura (salud, educación…), suprimió el comercio, por no mencionar cualquier manifestación cultural, artística o religiosa. Todas las ciudades se vaciaron. Todos los ciudadanos fueron repartidos aleatoriamente por la nación, separando matrimonios y disgregando padres de hijos o cualquier otra estructura familiar. El único fin: plantar arroz en grandes cantidades, levantando al país en base a ese único bien. Quien no acataba esta orden era asesinado por ser considerado enemigo del régimen,e idéntico destino sufrían aquellos con alguna formación universitaria, poco aspecto de labrar la tierra, o quienes llevasen gafas. Durante los cuatro años que la inherente hipocresía política internacional mantuvo en silencio el genocidio camboyano, casi dos millones de personas perdieron sus vidas. Todo este resumen que aquí simplifico al no ser éste lugar para extenderme, vino intercalado de tantas historias personales, de familiares, amigos, o conocidos, que conmovían hasta lagrimar.

armas-y-minas-en-camboyaEn el camino a las cuevas… cueva jemeres rojosLlegando a las cuevas…

Pero la sorpresa vendría en Phnom Sampeau. Igual que el anterior templo, éste se hallaba en la cima de una colina cuya naturaleza kárstica creaba cuevas. Y ahí residía, para bien o para mal, el origen de su historia. Durante las batidas de los jémeres rojos buscando esquivos a su férreo régimen dictatorial, los campesinos de la zona se refugiaban en estas cuevas, que acabaron convirtiéndose en su propia trampa. Se cuentan por miles los allí asesinados. Encontré a muchos camboyanos visitándolas, y no pocos tenían los ojos humedecidos. Unos se detenían, casi temblorosos, antes de bajar a la cueva, otros se quedaban ensimismados y alguno tomaba fotos o rezaba. La atmósfera me recordaba a Auschwitz, en Polonia.

cueva-jemeres-rojos-battambang-viaje-camboyaEse monje me regalaría una conversación más que enriquecedora. Todavía no sabía que dormiría en aquella cueva.

Me acerqué a unos monjes que encontré allí, y empezamos a conversar. Les inquirí acerca de su religión, pues había pasado algún tiempo en monasterios budistas de las ramas Mahayana y Vajrayana, y conocía en cierta profundidad sus bases, pero la therevada, propia del sudeste asiático, me era desconocida. Tras una hora de charla, en la que nos unimos a otros monjes que continuamente están en la cueva, éstos me hicieron una invitación a la que no pude negarme: “Ven al atardecer, y pasa la noche con nosotros. Podremos seguir la conversación entonces”. Dos noches antes había dormido en un monasterio dentro del complejo de Angkor, y ahora aparecía esta oportunidad. Recuerdo cómo abandoné la cueva en un estado de plenitud y euforia difícil de plasmar en palabras.

 paisaje-camboya-sudeste-asiatico-plantación

Pasé la tarde con mi amigo conductor. Nos entendíamos muy bien. Ya había cubierto los lugares que me interesaban de la zona, así que convenimos visitar aldeas pequeñas, donde poder ver la vida fuera de la ciudad. Acabé ayudando a arar un campo con bueyes, y fui cariñoso foco de burlas cuando al ser invitado a comer, tuve que pedir instrucciones para casi todos los entrantes. “¿Es que no coméis cucarachas, saltamontes o escorpiones en España?” me preguntaban asombrados. Aproveché para aprender matices culturales y sociológicos que se me habían escapado en los días que llevaba en el país. Quien se despierta con el sol ya salido, me decían, es considerado un vago. Influenciados por la filosofía budista, tocar la cabeza de alguien está mal visto, pues en ella reside el alma, y es más que frecuente que las personas cambien de nombre durante su vida, pues a fin de cuenta ésta es continuo cambio. A los mayores, eso sí, se les respeta mucho. Siempre se les refiere con algún título categórico, y a veces, hasta familiar. Con el tiempo, entendería que ésto se sustenta en la idiosincrasia fatalista, supersticiosa y de profundo respeto por la jerarquía vertical (desde la familiar hasta la social o política) del camboyano. Tan pronto sentía que era el momento, indagaba más en la reciente historia del país. Recuerdo cómo me quedaba petrificado en el suelo, pues ni siquiera había sillas, al escuchar de la voz en francés de un octogenario (había ‘heredado’ esa lengua de los tiempos de la Indochina Francesa) historias sobre héroes anónimos de los años dictatoriales. Aparecían héroes, con todas las letras, que habían conseguido criar huérfanos ocultándolos en las peores condiciones. O aquellos que por ayudar a quienes les rodeaban, acabaron en un paredón, o quienes sobrevivieron sin probar bocado durante días escondidos en las junglas, o mujeres que disfrazadas de hombres hicieron lo imposible para encontrar a sus hijos. La realidad superaba con cada una de sus palabras y silencios, una vez más, la ficción

bueyes plantando asia

Volví a la cueva, y pasé allí la noche, junto a dos monjes budistas. Empezaron respondiendo a mis muchas dudas del budismo therevada, y nos fuimos poco a poco enzarzando en animadas y didácticas conversaciones. De un tema pasábamos a otro, hasta que al volver a observar el lugar en que estábamos, lleno de huesos y calaveras, pregunté: ¿Por qué ocurrió esto?”. ¿Qué conduce a las personas a destruir a sus semejantes de tal manera? ¿Es eso humano? ¿Se trata de enfermos? Y me respondieron con esta apreciación: Nacer en un cuerpo humano implica acarrear un pequeño grado de infelicidad. Hay personas que lo asimilan inconscientemente como parte de su naturaleza y conviven con él, otros lo trabajan hasta conseguir eliminarlo, y a otros les pesa tanto que ven en elevar su ego por encima de sus semejantes la solución a tal pena. Y la pasión que les mueve a ello es demasiado grande, tanto que les enajena. ¿Y qué les ocurre a aquellos que son sometidos? ¿Por qué no se rebelan, si son mayoría? Por lo mismo que tú no te rebelas muchas veces contra ti mismo, me respondieron sin dubitar. Por miedo. Con miedo se actúa, muchas veces inconscientemente, sobre otras personas. Con miedo se gobierna. Con miedo nos frenamos a nosotros mismos una y otra vez. El reflejo de lo que ocurre en cualquier aspecto de la vida no es sino la exteriorización de lo que llevamos dentro.

 Battambang-Camboya-moto-visitarSammang, en una hamaca, observa cómo le arreglan la moto.

A la mañana siguiente, me despedí de los monjes e hice autostop hasta Battambang. Allí localicé al bueno de Sammang y almorzamos juntos. Me contó que aquella mañana se le había roto la moto, así que la empujamos juntos hasta el mecánico. Éste se movía habilidosamente sobre una sola pierna, al igual que varios de los amigos de Sammang que había conocido aquel día. Camboya está todavía limpiando los campos de minas antipersona que impedían los movimientos durante la dictadura. Y las consecuencias de ello se veían en cualquier calle. Las tiendas de muletas y artilugios semejantes eran frecuentes. Las ayudas a los afectados por las explosiones, nulas.

battambang-camboya-centro-ciudadCae la tarde en el centro de Battambang. habitación-camboyaLa casa de Sammang.

Descansé un rato en la habitación de Sammang, que era realmente toda su casa y también su parking. No sólo no necesitaba más, sino que como me dijo, hasta le sobraba espacio. Llegado el momento, me acompañó a las afueras de la ciudad, y ya entrada la noche partí hacia la capital, Phnom Penh. Todavía me quedaba mucho que aprender sobre las atrocidades de Pol Pot y sus camaradas…

Dicen que “la historia la escriben los vencedores”. Siempre me resultó graciosa esta frase. ¿Los vencedores de qué? ¿De guerras? ¿De conflictos varios? ¿Cualquier otro movimiento donde la complicada psique humana se materialice en una batalla sin más fin que el control del otro? ¿Son esos controlados los no vencedores? ¿Los perdedores? ¿Qué y quién gana?